sábado, 28 de mayo de 2011

Otra poesía del libro "desde mi otro lado"

NUESTRO SILENCIO

Llamaron los primeros bostezos
del renovado día
en el chirriante postigo
de la vieja ventana:
tú dormías y yo
perdía en tu calma
la prisa que, siempre irritada,
nos empuja con sutiles reproches.

Emulando al clavel
que con los dedos encogidos
encarcela a los estambres,
amarras con maromas de silencio
las húmedas expresiones,
y tras su inocuo roce
celosos guardianes de uniforme blanco
impiden jaztarme del oxígeno
que no sé si entregas, o robas,
que imperiosamente necesito
como el cincel anhela
a la escurridiza inspiración
atrapada en las manos del escultor.

¡Venga!, ¡despierta!, te dije;
déjame ver esos ojos oscuros,
que si brillantes y hermosos
son mientras la luz descansa,
cuán han de deslumbrar los míos,
ahora que la claridad los colores delata.

No contestaste y yo
a tu silencio… tampoco.

¿Qué sueño es aquél que absorbe
tu atención y a su merced te retiene?,
¿qué caprichosas imágenes son
las que te infunden en ese diáfano mundo?,
entrañas del movimiento onírico
-es, pero muere al no lograr sercuyas
reprimidas memorias
quedan sujetas en un texto
que, acabado, no necesita
para pasar de página
del beneplácito de la última palabra.

Gira el cuerpo, un sueño
queda de espaldas,
y otro con el guión aprendido, ensaya.
Permanecí absorto ante la tranquilidad
que la noche destiló en tu cara,
sobre el absoluto
de un espacio sobrante
que nuestra respiración,
a tientas, intuía, fracasaba.

¡Venga!, ¡despierta!; déjame
oír tu sonrisa, sí, oírla
surcando ascendentes líneas bicéfalas,
e hilar con tu cabello
los besos que, de esperar,
navegan en tu cuerpo dispersos.

No contestaste y yo
a tu silencio… tampoco.

Al amor le entregué la libertad
no habida, a ti -¡oh!, a ti con
gusto te diera
mi pudorosa transparencia.
Y de lo que di y no pude dar,
un fuerte olor a incienso desprende.

A veces acosté en tus brazos
los miedos que en mí adolecieron, a veces.
Luego, por los empinados torrentes
de tu faz bajaban ríos de desasosiego,
y en su breve y caudaloso curso
náufraga una pregunta - una pregunta, creo -,
que al romperse en la angustia,
las interrogaciones huérfanas
de palabras dejaba.
Esa tristeza que no acertaste
a comprender, de un hombre
con el llanto cohibido fue,
y ese consuelo que rodeaba
al intelecto de lo incomprensible,
no era mío, aunque mío
fuese, sino el tuyo que confortó
lo que con un abrazo
hice que a ti también perteneciese.

¡Venga!, ¡despierta!; déjame
diluir mi hambre
en tu primer apetito,
y de tanto comernos
muéranse de la risa
nuestras osamentas
de vernos tan escuálidos,
de vernos tan desposeídos.

No contestaste y yo
a tu silencio… tampoco.

Una lanza amarilla penetra
por la delgada rendija,
a mí hiere de impaciencia,
hastío, pedestal abrasador
en las menguadas retinas.
¡Y duermes!, como las ramas
caducas de los robles,
como los osos en la osera,
como un álbum plegado duerme
el pasado ahí inherente.

¡Por fin!, adivino bengalas
cautivas que en el ostracismo
de tus toldos enmudecieron.
No entiendo tu indiferencia, ¡habla!;
dime algo, o, al menos,
¡mírame!, te lo ruego.

Un cajón que abres de la mesilla
tomo por respuesta,
en tus manos una hoja escrita
y una lágrima que cae en ella.
Debe ser horrible, ¡Dios mío!,
lo que confiesa.

Se masca la tragedia, lees en alto
como si yo a tu lado
acercarme no pudiera, un poema:
He amado sin medida,
perdóname tú,
que me perdone la vida;
por no recibir lo que de una ansío,
a la otra he dado entierro.
Voy entre tinieblas, la pena
es mi sombra, triste compañera
en este eterno destierro.

No contesté y tú
a mi silencio… tampoco.

* recitado por Elena Lastra del Prado

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